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El espectáculo

Antes de la televisión e Internet el cielo era el único espectáculo nocturno. Para mi lo sigue siendo. Por eso, hoy es un jueves cualquiera y, a mi lado, está de nuevo, Mark Witz, un tipo extraordinario que conocí por casualidad y que se abraza a su chelo y deja escapar melodías que se adueñan de uno de los bosques más mágicos de Mallorca.

Antes de la televisión e Internet el cielo era el único espectáculo nocturno. Para mi lo sigue siendo. Por eso, hoy es un jueves cualquiera y, a mi lado, está de nuevo, Mark Witz, un tipo extraordinario que conocí por casualidad y que se abraza a su chelo y deja escapar melodías que se adueñan de uno de los bosques más mágicos de Mallorca.

El momento es indescriptible y el auditorio inmejorable. Nos rodean cientos de árboles y una interminable alfombra de hojas secas que se precipitan hacia el infinito. Cada vez que se para la música siento como se aleja por cada rincón y reaparecen los susurros delicados de las aves nocturnas y los grillos.

Vuelve a sonar la música y el bosque se detiene. Mark cierra los ojos y se pierde entre las notas y sus sentimientos. Tanto, que hasta puedo ver su alma. Lejos de ser indiscreto, me dejo engullir por la selva. Y mi alma también aflora.

Cae la noche y el chelo reposa. Y nuestras almas, protegidas por las sombras, destapan capítulos de nuestras vidas. Cruzamos tantas palabras y silencios que hasta algunas estrellas nos observan, curiosas, entre los árboles.

Guiados y fascinados por ellas regresamos al mundo cotidiano, por un valle profundo,  al que no es fácil llegar ni escaparse. Pues hay que atravesar pedregosos caminos que dominan las ovejas y por los que nadie ya transita. Mark mira el cielo intentando adivinar cuál es nuestro planeta. Y mientras, yo, convertido en lazarillo terrenal, le guío entre las piedras.

 

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