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lechon

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La "mucha"

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Son las 6 de la mañana y supongo que no estoy despierto por casualidad. A esta hora, hoy hace tres años que murió mi abuela. Hace unas horas la recordaba en el espectáculo, Las Muchas, de Mariantònia Oliver, que os recomiendo.

De repente mi abuela estaba allí, descubriéndose, enseñando las piernas, presumiendo. Y bailando. Yo no podía resistirme a la música. Me habría puesto a bailar en el patio de butacas pero me conformé contorneándome en la butaca mientras me sumergía en tantos capítulos que compartí con ella. Entonces aparecimos bailando, como tantas veces, en la terraza del chalet donde veraneábamos. Le hacía tantas locuras que hasta los vecinos flipaban. Teníamos una relación muy especial. Cuando volvía de marcha a las 7 de la mañana siempre me iba a su habitación y chocábamos las manos como si fueramos colegas. Vivimos tantas anécdotas y tantas sonrisas y todas cabían en aquel escenario y en cada una de las protagonistas.

Aunque también nos enfadamos más de una vez. Después de la muerte de mi madre creo que fue la primera persona que me hizo llorar, pero de impotencia. Nos enfadábamos con mucha pasión. Era tan fuerte que me asombraba. Todavía me acuerdo cuando con sus 80 años se plantó en Barcelona varios meses para cuidar a mi madre. Su vida no fue fácil: mi abuelo murió muy joven, su madre la desheredó y tuvo que ver morir a su hija con 52 años. Sin embargo, siempre plantaba cara a la vida porque sabía que cada día que pasaba no volvía a recuperarse. Mi hermano siempre se sorprendía de esa capacidad de ser feliz pese a todo.

Hoy amanezco con la banda sonora de Matilda y estoy en la terraza de mi casa bailando, con sus recuerdos y sus sonrisas.

Mi mucha, se llamaba, Francisa Pujadas y me regaló 33 años de su vida.

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Gin Gin

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Ayer estuve en el IncaJazz 08 disfrutando de la música de Le Carromato en el claustro de Santo Domingo de Inca.
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Bellvitge

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Hoy estoy de nuevo en Barcelona, pero no ha sido un día cualquiera. De camino del aeropuerto del Prat hacia Barcelona hay siempre una parada obligada a mis recuerdos, el hospital de Bellvitge. En esa línea recta vivimos la enfermedad, la agonía y la muerte de mi madre. La casualidad ha querido que volviera a ver y recordar aquéllo, justo cuando se cumplen 6 años.

Durante aquellos días vivimos entre paredes, con la mente errante y con la banda sonora de la máquinas de la UCI. Todavía no he superado este ruido.

El trayecto ha sido lo suficientemente largo e intenso para que pudiera recordar con detalle todo aquello. Vivir una experiencia de muerte de alguien tan cercano es tan fuerte como desconocido. Es algo que tristemente hay que vivir para entenderlo.

Hasta hoy, había conseguido nublar aquellos recuerdos, hasta tal punto, que había veces que olvidaba el día exacto en que murió. Incluso hasta dudaba del mes.

El día que decidí no pensar fue justamente al cabo de unos meses de su muerte. Fue el día que me derrumbé. Lo recuerdo como si fuera hoy. Salía de mi trabajo en Torre Mapfre y como la mayoría de veces, volvía caminando por la calle Marina hasta Aragón con Diagonal. Pero ese día se me hizo larguísmo. Habría llorado por el camino con la primera persona que me hubiera susurrado un hola o un adiós. No podía más. Conseguí llegar a casa y me senté en un sillón amarillo. Mi compañero de piso y gran amigo, Esteve, se dio cuenta que algo no iba bien, pero no pude articular casi ninguna palabra. Lloré desconsoladamente, como nunca. Desde entonces no he vuelto a hacerlo. Las palabras de Esteve y su compañía me ayudaron mucho. Esa noche, decidí que dar vueltas al por qué no servía de nada y sólo me dañaba y me entristecía. Ese día nublé los recuerdos que hoy recupero y contemplo con madurez y experiencia.

Jamás pensé que contaría algo así en un sitio como éste, porque la muerte sigue siendo un tabú y, mucho más, enfermedades terminales como el cáncer. Pero estoy convencido que estas palabras ayudarán y serán entendibles para aquellos que han perdido a alguien querido y lo viven intensamente en soledad. De hecho, desde hoy me siento preparado para contar y compartir aquella experiencia.

Mi madre murió en Barcelona, el 26 de abril de 2002
 
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Desconectar

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Hacía tiempo que no sentía la necesidad de desconectar. Por primera vez en cuatro años hasta sentí necesidad de desconectar del teatro. Ayer no pude más.

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